Dicen que para una buena noche hay que sentir con los cinco sentidos. Sé que no hace falta demostrarlo, pero para que te quede bien claro quiero comprobar esta teoría. Por regla general tenemos cinco. Uno es el del gusto, el cual pude experimentar saboreando uno de los vodkas con granadina y limón que no faltaron esa noche. También soporté el áspero pero ardiente whisky con limón. Fogoso y con clase, me recuerda a alguien. He de reconocer que aunque no me guste, no lo serviría en un vaso cutre de plástico acartonado. Además, el agradable chupa-chups de naranja, entre otras cosas, hizo que me olvidara rápido del whisky. Gracias a una mezcla entre gusto y olfato, pude disfrutar de nuestro chesterfield a la naranja. Oler la colonia de tu cuello que, a pesar de no tener la pajarita que querías, molaba igual. Seduciste a mis oídos con tus ingeniosos comentarios y sé que los tuyos se sobresaltaron al escuchar palabras que desvelaron mi estado ebrio. Por los oídos sentí la música que luego, según mi vista, tu cuerpo manifestó que tú la sentías más que yo. Sentí tu baile. Mi vista también me llevó a encontrar realmente divertido ese color que nunca antes me había llamado la atención. Mis ojos hicieron que disfrutara de cada una de tus reacciones. Excepto cuando estaban cerrados, que es aquí cuando el tacto hizo su jugada.
Dicen que son cinco, pero me parece que nosotros llegamos a un sexto.
Dicen que son cinco, pero me parece que nosotros llegamos a un sexto.
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