Afortunadamente, incluso cuando no hay galletas aun nos puede reconfortar una mano conocida acariciándonos. O un gesto amable y cariñoso o un apoyo sutil para respirar la vida  o un abrazo tierno o unas palabras de consuelo. Y no olvidemos las camillas de hospital, y los tapones para la nariz, y la repostería que sobra, y los secretos susurrados, y las Fender Stratocaster, y, tal vez, alguna que otra novela.
Y hay que tener en cuenta que todas estas cosas: los matices, las anomalías, las sutilezas que creemos que no son más que complementos en nuestras vidas, de hecho, están presentes por una causa mucho mayor y más noble: están para salvarnos la vida. Sé que la idea resulta extraña, pero tambien sé que es la pura verdad.